Desde los albores de la humanidad el ser humano ha creado objetos para hacer su día a día un poco más fácil, y también casi desde la aparición de esos primeros objetos, nos hemos esforzado en hacerlos más atractivos y fáciles de usar, como si quisiéramos darles otra significado y apariencia.
Uno podría preguntarse: ¿Por qué, en las difíciles condiciones de vida del neolítico, un individuo invertía tiempo y esfuerzo en decorar con dibujos geométricos una vasija?, ¿por qué ese esfuerzo en algo aparentemente superfluo? O dicho de otro modo: ¿Por qué diseñamos objetos que además de ser útiles son hermosos y fáciles de usar?
Donald A. Norman, profesor emérito de ciencia cognitiva en la University of California, y profesor de Ciencias de la Computación en la Northwestern University afirma que, siempre que nos encontramos con un objeto, nuestra reacción viene determinada no sólo por lo bien que pueda funcionar, sino por el aspecto que tiene: “Cuando un producto es, en términos estéticos, agradable y, además, halaga las ideas que tenemos de nosotros mismos y la sociedad, lo que experimentamos es positivo”.
Nos relacionamos con nuestro entorno de forma afectiva. Un día soleado lo percibimos de forma muy diferente a un día nublado. Sentarnos en una silla Luis XVI es muy diferente a sentarnos en una silla Wassily de acero tubular y cuero. Construimos nuestras vidas eligiendo unos objetos y no otros y los objetos que nos rodean hablan de nosotros y expresan unos valores determinados.
El diseño por lo tanto no es solo funcionalidad, también es emoción y, como bien sabemos, las emociones alteran nuestra capacidad cognitiva modificando la valoración que podemos tener de las cosas.
Alice Isen, Psicóloga y Profesora en la Cornell University (Ithaca, New York) demostró con un sencillo ejercicio como las emociones afectan a nuestra capacidad cognitiva y cómo si estamos felices y relajados podemos resolver en mejores condiciones problemas de profundidad. Isen realizó un ejercicio que consistía en retar a un grupo de personas a resolver un problema practico. Con este experimento se comprobó que el porcentaje de personas que conseguían resolverlo era sensiblemente mayor si antes de la prueba se proyectaba un vídeo cómico de 5 minutos. De hecho las posibilidades de resolver el problema se multiplicaban por 4 o 5.
Para entender las implicaciones de todo esto y de cómo el diseño impacta en nosotros, es interesante fijarse en el estudio realizado por los investigadores Masaaki Kurosu y Kaori Kashimura del Centro de Diseño de Hitachi. Pidieron a un grupo de participantes que realizaran una tarea en un e-comerce y que posteriormente lo valoraran. Para ello se habían construido diferentes versiones del mismo interface; bonito, feo, fácil y difícil de usar.
Los autores encontraron una fuerte correlación entre las calificaciones que los participantes daban al atractivo estético con las calificaciones que se daban a la facilidad de uso (fuera real o no). Es decir: Las personas tendían a creer que las cosas que se veían mejor funcionaban mejor, incluso si en realidad no fueran más efectivas o eficientes.
En definitiva, parece claro que cuando un objeto funcional es bello y placentero, es más fácil que lo integramos en nuestras vidas, lo hagamos nuestro y no queramos prescindir de él.
El ser humano durante siglos se ha esforzado en hacer diseños hermosos y amigables no por vanidad o por un acto superfluo, si no porque el diseño es un poderoso agente para el cambio y un motor de transformación social. Es un aliado transversal a todos los sectores productivos de nuestra economía, y ayuda a las empresas a crear productos y servicios más deseables y rentables.
Pero además, desde un punto de vista puramente económico, el diseño correctamente gestionado constituye un factor de rentabilidad económica que proporciona una ventaja competitiva en el mercado. La extinta DDI (Sociedad Estatal para el Desarrollo del Diseño y la Innovación) ya en un estudio del impacto económico del diseño en España en 2008, concluía que:
– Cerca del 60% de las empresas españolas afirmaba tener en cuenta de alguna manera el diseño en su estrategia.
– Las empresas de mayor crecimiento eran también las que mejor organizaban internamente la función diseño.
– Tres de cada cuatro empresas con ventas crecientes consideraban el diseño un aspecto relevante de su gestión.
Una investigación llevada a cabo por la Teknikföretagen sueca en 2011, ponía de manifiesto que el rendimiento económico a largo plazo de las empresas que invierten en diseño es aproximadamente un 50 % mejor que el de las empresas que no lo hacen.
Un informe de Adobe State of Create de 2016, arrojó los siguientes datos:
– El 74% de los encuestados cree que es importante un buen diseño
– El 59% de los encuestados elegirían un producto o servicio por encima de sus competidores basándose en un buen diseño y el – 45% estaría dispuesto a pagar más.
– El 50% cree que el marketing bien diseñado impulsa la reputación y afecta las decisiones de compra
– El 59% piensa que un buen diseño puede atraer nuevos clientes y mantener los existentes
A pesar de lo extremadamente complicado que resulta encontrar datos cuantitativos y métricas actualizadas que permitan analizar el impacto del diseño en la economía, y determinar cual es el retorno de la inversión (el COVID no ha ayudado nada en ese sentido), el diseño sigue siendo hoy en día una herramienta clave para mejorar el posicionamiento estratégico de las empresas: la herramienta idónea para hacer realidad las ideas, llevarlas al mercado, transformarlas en productos o servicios reales, y hacer que estos sean atractivos y fáciles de usar.
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